LA INSIGNIA
El Sujeto, tal como Lacan lo define, es más hablado que hablante. Hable o no hable, el sujeto está determinado por el lenguaje por el solo hecho de que se hable de él. Es por ésta razón que somos hablados y -no solo eso- que el mundo que nos rodea es hablado, que de todo aquello que la realidad nos ofrece sólo llegamos a tomar el material significante. Tal como Jacques-Alain Miller lo va a expresar:
“(…) la transformación de la realidad en un significante.”[1]
La transformación del grito en llamado se hace por el operador S2 que hace emerger al sujeto, pero ésta operatoria no solo implica al sujeto, sino que también se pone en juego el nacimiento del Otro:
“Si la respuesta del Otro hace emerger al sujeto, es igualmente cierto que el grito crea al Otro; es decir que crea el espacio de resonancia”.[1]
Entonces Miller va a introducir la distinción entre identificación constituida e identificación constituyente, ubicando al S1 a nivel de la constituida y al S2 a nivel de la constituyente. Hablamos de los efectos semánticos e imaginarios que se ponen en juego a partir de la respuesta en el Otro, y aquí es donde Lacan ubicó la emergencia del yo ideal. En éste sentido sería un error creer que el sujeto es un efecto pasivo de los significantes que viene del Otro, no existe tal dependencia, y es necesario marcar la distancia que puede haber entre el Otro como operador de las identificaciones y los efectos de tal identificación, quedando ésta última más del lado del Sujeto. Esto es decir, en última instancia, que el sujeto de alguna manera manipula al Otro, el sujeto hace nacer en un otro al Otro.
Pero debemos dar un paso más en ésta cuestión, porque también ubicamos aquí lo traumático de la incorporación de la lengua materna. La identificación primaria suspende las satisfacciones fisiológicas y en el lugar del instinto, trastocado por el significante, emergen las pulsiones; instinto fragmentado por el recorte del significante en el cuerpo en una multiplicidad de pulsiones parciales. La identificación, en éste nivel, no es tanto al padre ni a la madre sino a la lengua. Lo que es escribe es el goce, se escribe en el cuerpo, y al mismo tiempo tenemos lo que se inscribe y lo imposible de inscribir. Se escribe lo que del goce se fija en el cuerpo como letra del síntoma, lo que traza el borde del agujero, lo literal de la letra fuera del sentido. Un significante que no es que no tenga sentido en la lengua, sino un significante que para el sujeto es algo que queda fuera de sentido, un puro agujero. Y el inconsciente transferencial se la pasa leyendo y buscando esa instancia de la huella de la primera vivencia de satisfacción. Hay de lo UNO, del inconsciente real. La escritura reiterada del UNO es lo imposible, lo que no se puede inscribir en el psicoanálisis, el relieve de la marca que deja el tono de la voz en el propio cuerpo.
TRAUMA Y FANTASMA
La humanización es el trauma y estamos identificados a los significantes que nos anteceden, y esto introduce el “no todo”, el sin sentido, el ¿qué quiere el otro? Frente a ésta pregunta sin respuesta, porque alude directamente a la falta en el Otro -S (Ⱥ)-, la respuesta anticipada vendrá por la vía del fantasma; el velo de que falta en el Otro el significante que me nombre. Y el fantasma en sí mismo es un modo de identificación, ya no a lo primario que nos lleva a la falta en ser, sino un recupero del ser por la vía de algo que anuda, el sinthome, una desgracia del ser, lo que Lacan llamó “sufrir por tener un alma”.
En psicoanálisis debemos distinguir y partir de la consideración de que las identificaciones están comandadas, es decir, de hacer `a partir de´. Uno debe preguntarse ¿desde dónde se hace la identificación? Si el fin del análisis quedaba situado por Lacan a partir del atravesamiento del fantasma, Miller va a situar en la entrada en análisis lo que atañe al síntoma:
“Para el síntoma, su articulación significante y su prevalencia en la entrada en análisis; para el fantasma, la prevalencia del objeto y ser lo que está en juego al final del análisis”.[2]
Cuando hablamos del síntoma lo hacemos desde la referencia “levantamiento del síntoma”; es decir, lo terapéutico. Pero al fantasma le designamos un estatuto muy distinto, se trata más bien de ver lo que está por detrás. Empero, como bien sabemos, detrás no hay nada, y eso es juntamente la función del fantasma en sí mismo; velar lo que no hay. En la clínica solemos encontrarnos con la particularidad de que los pacientes en lo que respecta a su síntoma hablan, y lo hace, entre otras cosas, para quejarse de él. Al respecto de esto Freud nos ilustra:
“La perturbación parte del síntoma, que sigue escenificando su papel de correcto sustituto y retoño de la moción reprimida, cuya exigencia de satisfacción renueva una y otra vez, constriñendo al yo a dar en cada caso la señal de displacer y a ponerse a la defensiva”.[3]
Entonces, el paciente del síntoma nos habla, pero con respecto al fantasma la cosa es muy distinta. El paciente que acude a la consulta no viene a quejarse de su fantasma, de hecho encuentra cierto consuelo en éste frente al síntoma y del mismo obtiene cierto placer. También encontramos un vínculo entre el fantasma y las fantasías que en la infancia suelen acompañar a la masturbación. Cuando abordamos el texto Freudiano “Pegan a un niño” de 1919 esto lo vemos claramente, y ¿qué supone la masturbación si no un “goce sin el otro”?, sin el otro cuerpo. Entonces, podemos decir que síntoma y fantasma no se encuentran en un campo unificado y esto es de lo que debemos estar advertidos en la dirección de la cura. La interpretación queda del lado de los síntomas, pero el fantasma no es objeto de interpretación por parte del analista, el fantasma se construye. Freud al hablar de una de las fases de la fantasía de “Pegan a un Niño” va a dejar esto en claro:
“En ningún caso es recordada, nunca ha llegado a devenir consciente. Se trata una construcción en análisis; mas no por ello menos necesaria”.[4]
EL SIGNIFICANTE QUE NO HAY
La ventaja de la escritura de Ⱥ reside en el hecho de que es una escritura que sirve tanto para lo que es “el deseo del Otro” y para “una falta en el campo del significante”, y es pertinente tener consideración sobre esas dos vertientes del fantasma; a saber, la de ser respuesta al deseo del Otro y la de su vínculo con la falta en el capo del significante. Si no se puede interpretar el fantasma fundamental es, en efecto, porque el mismo se ubica en esa falta del significante. Esto es lo que pone de manifiesto Miller en un pasaje de las “Conferencias Porteñas”:
“(…) diré ahora rápidamente que el fantasma fundamental corresponde a la Urvedrängung. Es correlativo a lo que en lo reprimido nunca podría salir a la luz. Freud lo señala en “Inhibición, síntoma y angustia” cuando afirma que hay una represión originaria que no es un contenido o cosa que no pueda decirse, sino que siempre habrá una represión más, siempre habrá un significante más que pueda advenir. (…) el fantasma fundamental corresponde a la represión originaria.”[5]
La verdad es mentirosa, proposición que podemos encontrar a partir de la última enseñanza de Lacan, que no hace más que poner el acento en algo irreductible en el inconsciente, un “yo no sé” infranqueable, la represión primordial, el $, todo lo que en la clínica nos aparece bajo la forma de las siguientes afirmaciones: “no sé quién soy”, “me desconozco en mis pensamientos”, “no sé lo que quiero”, “no sé por qué soy así”. Y podemos avanzar sobre éste “yo no sé” pero no podemos suprimirlo, porque en su horizonte está lo real, lo indecible; entonces “lo real no puede sino mentir al parteneir”.[6]
El fin de análisis tiene por finalidad cierta modificación de la posición subjetiva en el fantasma fundamental, una modificación de la relación del sujeto con lo real del fantasma. En éste sentido podemos afirmar que el fantasma fundamental es el denominador común de todas las fantasías de un sujeto, y puede llegar a condensar y ser el núcleo de todo lo que se pueda decir a lo largo de un análisis de toda una vida. Pero en el momento en el que el analista lo formula como intervención ésta se puede presentificar como algo fuera de sentido, el agujero mismo. En Freud “el ombligo”, el núcleo sintomático, “el agujero” en Lacan; la letra, el fuera de sentido. Hay constatación, se trata de eso, del goce irreductible en todo análisis, circunscribir ese resto de goce, el UNO, la roca dura, el resto sintomático. Es simplemente, o no tanto, estar advertido, una nueva alianza, hacer algo distinto con ese goce.
“Con el fin de análisis lo que se puede esperar es que la relación del sujeto con ese fantasma fundamental cambie. Punto límite del análisis.”[7]
El inconsciente es la política, el sujeto neurótico se sostiene en esa trama y en la clínica vamos en busca de ese sujeto vaciado de todos esos afectos, efectos del Otro. Hay que llevar al sujeto al punto del desamparo absoluto, el encuentro con el hecho de que no hay un Otro auxiliador. El punto en el cual ya no dispongo de un significante del cual agarrarme, me encuentro con mi goce fuera de sentido.
[1] Miller, J.-A. Los signos del goce. Capítulo VII. Pag. 113. Ed. Paidós. [2] Miller, J.-A. Conferencias Porteñas 1. Capítulo II. Pag. 70. Ed. Paidós. [3] Freud, S. “Inhibición, síntoma y angustia”. En Obras Completas, Tomo XX. Pag. 96. Buenos Aires: Amorrortu. [4] Freud, S. “Pegan a un niño”. En Obras Completas, Tomo XVI. Pag. 183. Buenos Aires: Amorrortu. [5] Miller, J.-A. Conferencias Porteñas 1. Capítulo II. Pag. 80. Ed. Paidós. [6] Miller, J.-A. Sutilezas analíticas. Capítulo IV. Pag. 74. Ed. Paidós. [7] Miller, J.-A. Sutilezas analíticas. Capítulo IV. Pag. 74. Ed. Paidós.
Lic. Rodrigo B. Ríos
BIBLIOGRAFÍA
Freud, S. “Pegan a un niño”. En Obras Completas, Tomo XVI. Buenos Aires: Amorrortu.
Freud, S. “Inhibición, síntoma y angustia”. En Obras Completas, Tomo XX. Buenos Aires: Amorrortu.
Freud, S. “Psicología de las masas y análisis del yo”. En Obras Completas, Tomo XVIII. Buenos Aires: Amorrortu.
Lacan, J. (1975-76) Seminario 23. “El sinhtome”. Ed. Paidós.
Miller, J.-A. Los signos del goce. Ed. Paidós.
Miller, J.-A. Conferencias Porteñas 1. Ed. Paidós.
Miller, J.-A. Sutilezas analíticas. Ed. Paidós.
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