Freud va a intentar conceptualizar a la pulsión de muerte en relación al odio y al sadismo, al sadismo originario[1]. Odio, agresión, y sadismo en equivalencia a la pulsión de muerte, la pulsión de destrucción. Un resto inasimilable de libido que escapa a la unificación de la libido. Pulsión de apoderamiento, de dominación de los objetos que lo acerca al sadismo pero éste último no tiene como objeto a cualquier objeto, sino el sufrimiento del otro. Empero, no se puede buscar el dolor del otro sin tener un registro de eso en uno, y en este sentido lo originario no sería el sadismo sino el masoquismo; no hay sadismo sin experiencia masoquista previa.
Freud dirá que no toda la pulsión de muerte se transpone al exterior, no todo se expresa. Después de que la principal porción de ella se ha expulsado hacia los objetos, en el interior resta el germen del genuino masoquismo erógeno. Dicho masoquismo erógeno supone una escisión del cuerpo. La transposición al exterior de la pulsión de muerte permite pensar al sadismo y ubicar la noción de dominio. Supone también la dimensión de transferencia como transposición, la del reconocimiento como reconocimiento del cuerpo y la dimensión del tener. Todo esto es lo que Lacan va a denominar la dimensión del cuerpo. La dimensión del tener un cuerpo supone la dimensión del dominio corporal, y el sadismo es el correlato de éste dominio.
El germen del genuino masoquismo erógeno, el resto que permanece en el interior, va a ser la dimensión del goce en Lacan, y va a haber una disyunción entre cuerpo y goce. Goce que no participa de un cuerpo, que se constituye fuera, fuera del cuerpo. Se constituye como extraño para éste. Y si el cuerpo está afuera y el resto queda dentro, ese adentro está fuera del cuerpo. Entonces, es de ésta separación constitutiva del cuerpo y el goce que se desprende un resto. Y cuando hablamos es ese resto hablamos del objeto a, refugio de la satisfacción pulsional, un goce que no cae bajo el imperio del principio del placer. Vale como exterioridad al cuerpo especular.
El sujeto se funda en esa marca en el cuerpo que lo privilegia. El goce depende de esta subjetivación del cuerpo y esto depende de lo que se funda o se escapa de este cuerpo. La interdicción del sujeto como cuerpo del significante yace en esa disyunción. Ese objeto a se presenta como extravío de ese cuerpo. Esta disyunción en el campo del Otro entre el cuerpo y el goce es lo que funda al sujeto barrado, y en la misma operación lógica es en la que se funda al objeto a. El objeto a que queda por fuera de la dimensión especular es lo que Freud llama lo “no ligado”, aquello que queda por fuera de la inscripción del significante, un goce no simbolizado. Es algo interior pero que queda por fuera del cuerpo, es ajeno. Una interioridad que le es ajeno y algo ajeno que es lo más íntimo del sujeto, lo éxtimo.
Esta disyunción ente cuerpo y goce nos permite delimitar el lugar del masoquismo erógeno primario. El masoquismo erógeno primerio vale como no ligado, como cuerpo no simbolizado, vale como trauma y angustia traumática.
[1] Freud, S.: “El problema económico del masoquismo” (1924), en Obras Completas, vol. XIX, 168-171 y 174-175, Bs. As., Amorrortu Editores, 1986.
Lic. Rodrigo B. Ríos
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