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Foto del escritorLic. Rodrigo B. Ríos

UN AMOR POSIBLE (Parte II): "LA FUNCIÓN DEL PADRE EN EL AMOR" y "AMOR Y TRANSFERENCIA"

LA FUNCIÓN DEL PADRE EN EL AMOR


La novedad que introduce Freud, junto con el descubrimiento del inconsciente, es la idea de la posibilidad del amor como un espacio que se abre a partir de una función simbólica que se pone en juego a partir de lo que Lacan llama Nombre del Padre, es decir, la función del padre.



En un primer tiempo de su enseñanza Lacan pone el acento en cierta dimensión de elección del sujeto en lo que hace a la admisión simbólica o a la eventual forclusión del Nombre del Padre. Se refiere entonces a la impostura paterna en la psicosis, en la que el sujeto manda a paseo a la ballena de la impostura. Pero posteriormente, en el Seminario 22, va a volver sobre este punto poniendo el acento en otro detalle, interrogando de qué se trata en la impostura paterna, es decir, cuándo el padre no es digno del amor del hijo. En este sentido Lacan va a proponer que lo que hace que un padre sea digno de amor va a tener que ver con la posición del padre como hombre, como hombre en cuanto es causado por una mujer. Ya no va a ser tanto la relación entre el padre y la ley, sino la relación que tiene el padre con una mujer, más allá de la posición de excepción. Tal lugar de la excepción no es un derecho innato, sino que él con su presencia, con su potencia, impondrá la privación a los hijos. Pero aquí no está en posición de modelo, de respeto, de amor. Un padre solo adquiere dicho respeto si su amor está perversamente orientado, es decir, hace de una mujer objeto α que causa su deseo. Esta posición, la de hacer de una mujer causa de su deseo, es la única garantía de su función de padre, es lo único que va a venir a garantizar que va a ser amado como padre por sus hijos. Y tal père-versión del padre es la que va implicar que sea a su vez un síntoma para sus hijos. Esto nos quiere decir que con que el padre cumpla con todos los deberes no basta para ser digno de amor, hace falta algo más:


"Un padre no tiene derecho al respeto, si no al amor, más que si el dicho, el dicho amor, el dicho respeto está —no van a creerle a sus orejas— père-versement orientado, es decir hace de una mujer objeto α minúscula que causa su deseo."[1]



En éste seminario Lacan también va a hacer hincapié en la función del padre en tanto nombrante, es decir, la nominación como función, cambio que implicaría el pasaje del “nombre del padre” al “padre como nombrante”:


“el nombre del padre en su función más radical que es la de dar un nombre a las cosas.”[2]



Entonces, lo que suple en la estructura, lo que anuda los registros es la nominación, una nominación que implica el redoblamiento de un registro. Sinthome que le da la estabilidad a la estructura en la medida en que viene a reparar el lapsus del anudamiento, reparación que hace existir la relación sexual soportándose en una pére-version sintomáthica. Lacan propondrá, en principio, tres maneras posibles, que luego serán seis, de anudar la cadena en tanto nominación que redobla a cada uno de los registros: nominación imaginaria (Ni), nominación simbólica (Ns) y nominación real (Nr):



Ahora bien, el padre en tanto que pone a una mujer como objeto causa de su deseo ($<>α) va más allá del padre del Edipo, del padre del respeto. El padre del amor va a ser aquel que transmita una posición en cuanto a la castración, no hace de eso ley como norma inflexible, y con la castración ofrece un saber hacer cada vez. Ubicar a la mujer como síntoma no es decir que le sea un incordio, muy por el contrario, es que él le crea. Ahora bien, ¿qué es lo que queremos decir al nombrar a la mujer como síntoma? Esto es, justamente, que lo que hay de sorprendente en el síntoma es que se “besuquea con el Inconsciente”[3], es decir, que uno allí cree. El hombre cree en ella en tanto que letra puede traducir algo, inventar, hacer de un agujero una letra, decir algo sobre lo que falla. El amor, en tanto mujer síntoma, será redoblamiento de lo simbólico y síntoma letra, lo que para él no tiene palabra ella pone la letra. ¿Y acaso no hemos llegado aquí hablando de un amor que se funda como cierto saber en el lugar de una verdad? Quizá sí, aquel que solo el discurso psicoanalítico establece como medio-decir respecto a lo real. Ello nos introduce a lo que acontece en nuestra práctica.



AMOR Y TRANSFERENCIA


Cualquiera que venga a presentarnos un síntoma es porque allí cree, cree que el síntoma es capaz de decir algo, y que solamente hay que descifrarlo. La transformación de un síntoma en uno analítico requiere una operación del lado del analista, que este pueda darle al síntoma su estatuto metafórico, un artificio, la idea de que ese síntoma tiene un sentido oculto, y lo que torna metafórico a un síntoma es justamente el analista que ahí lo completa. No estamos hablando de otra cosa que de la transferencia, el analista tomado por el amor de transferencia, signo de la entrada en análisis. El analista, analista-sinthome a la altura del Seminario 23, se vuelve partenaire y la pareja analítica viene al lugar de la relación que no hay. En el análisis presenciamos ese lugar del síntoma como testimonio y desde el cual el sujeto se interroga por su existencia. Hay una transferencia de objeto de goce, de objeto α, y es necesario alojar ese objeto transferido, y el modo de alojarlo es encarnando ese objeto en la transferencia. Pero si un analista se presta a ocupar dicho lugar, a convertirse en transferencia en la pareja-sinthome del paciente, solo lo hace bajo la premisa de no gozar en ese lugar.


Lacan propone la posición del analista sosteniendo el amuro, encarnando el objeto a, en la dimensión más real del amor, y encarnando la imposibilidad de la relación sexual. El amor de transferencia brinda la posibilidad de un responder diferente y eso es lo novedoso. Cuando nos viene un analizante a la consulta viene a buscar un partenaire que responda desde otro lugar, un lugar desde el que nadie le respondió jamás, un lugar distinto, contingente. Aquí el analista puede tomar el relevo de las funciones parentales, y alguien que fue mal alojado podrá ser alojado de otra manera.


El psicoanálisis, al final de un análisis, propondrá un amor distinto. Un amor en el que esté en juego la castración, reconociendo la propia la falta y la falta en el otro. Un amor advertido de la inexistencia de la relación sexual que implique una nueva forma de amar, una nueva forma de encuentro en el cuerpo a cuerpo, un encuentro enigmático con el goce del otro y con el propio. Un encuentro con lo hetero, con lo femenino que afecta tanto al hombre como a la mujer. Será desde aquí que un análisis podrá producir una rectificación del desvío que va a devolver al amor a su justo lugar.


[1] Lacan, J., (1974-75), Seminario 22: “RSI”, inédito Pág.56 [2] Ibíd.,Pág.80 [3] Ibíd.,Pág.57



Lic. Rodrigo B. Ríos


 

BIBLIOGRAFÍA

  • Lacan, J., (1972-1973), Seminario 20: “Aún”, Paidós, Buenos Aires, 2006.

  • Lacan, J., (1973-1974), Seminario 21: “Los nombres del Padre”, Versión Íntegra

  • Lacan, J., (1974-1975), Seminario 22: “RSI”, inédito

  • Lacan, J., (1975-1976), Seminario 23: “El Sinthome”, Paidós, Buenos Aires, 2006.

  • Lacan, J.; (1978), “Conclusiones del IX congreso de la Escuela Freudiana de París”, 09-07-78, en Lettres de l`École, Nº25, 1979, Vol II.

  • Schejtman, F., “Sinthome. Ensayos de clínica psicoanalítica nodal”, Grama, Buenos Aires, 2013.

  • Soria Dafunchio, N., “Nudos del Amor”, Del Bucle, Buenos Aires, 2011

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