Lacan va al plantear que partimos de un sujeto mítico de la necesidad, que en la búsqueda de un objeto de satisfacción el infans se encuentra con el Otro, el Otro del lenguaje, el Otro de los primeros cuidados, el Otro de la demanda. Esto sucede debido a que el grito, el grito del niño, es decodificado como demanda, quedando de esta forma el niño alienado al lenguaje, y será este Otro el que decodifique todos los mensajes del niño. Entonces el cachorro humano nace en una dialéctica con el Otro que tiene un poder real, de dar o no dar. Niño sujetado al capricho del Otro. Otro que nos saca del desamparo, pero que nos introduce en otro desamparo que es estar a merced del Otro, la angustia originaria dirá Lacan, estar completamente a merced del deseo del Otro.
Entonces el niño grita y la madre interpreta la demanda, es la etapa oral. Luego vendrá la “revancha” dirá Lacan, momento en el cual la madre le demanda al niño, que controle los esfínteres por ejemplo -etapa anal-, y el niño podrá negarse. Ubicamos aquí el mensaje que me vuelve de manera invertida y grafica cómo el desarrollo evolutivo está sometido a la articulación del lenguaje. Ahora que el que exige es el Otro, lo que fue demanda al Otro me es retornado como demanda del Otro.
Ahora bien, ¿cómo se pueden articular necesidad, demanda y deseo?, y ¿cómo se articula el deseo más allá de la demanda? Lacan, en el Seminario 5, lo planteará del siguiente modo:
“La demanda, por el solo hecho de articularse como demanda, plantea expresamente, aunque no lo demande, al Otro como ausente o presente y como dando o no esta presencia. Es decir que la demanda es en el fondo demanda de amor – demanda de lo que no es nada, ninguna satisfacción particular, demanda de lo que el sujeto aporta por su pura y simple respuesta a la demanda.”[1]
Y más adelante prosigue:
“En esto reside la originalidad de la introducción de lo simbólico en la forma de la demanda. Es en lo incondicionado de la demanda, o sea, en el hecho de que es demanda sobre fondo de demanda de amor, es donde se sitúa la originalidad de la introducción de la demanda con respecto a la necesidad.”[2]
Entonces, no todas las necesidades quedan capturadas por la demanda, por lo simbólico, esto es decir que siempre va a quedar un resto. Ese resto se va a intentar recuperar más allá de la demanda, a través del deseo. Lo que se encuentra en este más allá se presenta como el carácter de condición absoluta que se presenta en el deseo. Este resto que aparece, más allá de la demanda, será la condición absoluta del deseo.
En este punto el deseo va a ser aquello que le permita al sujeto salirse de esta captura del circuito infernal de la demanda. Ya no se dependerá del Otro y por eso Lacan dice que el deseo anula la dimensión del Otro, y el objeto empieza a ser más importante que el Otro mismo. Sera un punto de desasimiento tomado de la materia prima de la necesidad. Aquello que de la necesidad quedaba aplastado por la demanda reaparece en un más allá.
Entones el deseo ya no depende del “sí” o del “no” del Otro. El deseo en forma absoluta está más allá de la exigencia incondicionada del amor. El deseo niega al Otro en cuanto tal y eso es, ciertamente, un Otro que queda anulado en su carácter de omnipotente y el deseo va a ser ese punto nodal en la estructura que va a permitir la separación con ese Otro. Lacan, en el Seminario 5, lo dirá de la siguiente manera:
“El sujeto reconoce un deseo más allá de la demanda, un deseo no adulterado por la demanda, lo encuentra, lo sitúa en el más allá del primer Otro a quien se dirigía la demanda, digamos, para fijar las ideas, la madre (…) Pero sobre lo que trato de llamar se atención es sobre la función de este deseo del Otro, en la medida en que permite que la verdadera distinción entre el sujeto y el Otro se establezca de una vez por todas.”[3]
Entonces el sujeto reconoce un deseo más allá de la demanda que se separa del Otro, y la relación de estos en torno a la demanda exige ser completada por la introducción de una dimensión distinta en la que el sujeto no sea un ser dependiente. Más allá de lo que el sujeto demanda se encuentra la dimensión de lo que el Otro desea. Esto es lo fundamental de la estructura, es decir, la pregunta. Y será a raíz del encuentro con el deseo del Otro que se funda la estructura, con todo lo vital y traumático que eso implica.
Tal como lo anticipamos, Lacan va a plantear al deseo mismo como una pregunta. La madre va y viene, y a partir de ese ir y venir, de ese Fort Da, el niño va a preguntarse; ¿Qué quiere? ¿Qué quiere de mí? Lacan, en “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano”, lo planteará de la siguiente forma:
“Por eso la pregunta de el Otro que regresa al sujeto desde el lugar de donde espera un oráculo, bajo la etiqueta de un Che vuoi? ¿Qué quieres?, es la que conduce mejor al camino de su propio deseo, si se pone a retomarla, gracias a un savoir-faire de un compañero llamado psicoanalista, aunque fuese sin saberlo bien, en el sentido de un: ¿qué me quiere?”[4]
Entonces el sujeto recibe su propia pregunta desde el lugar del Otro, por eso es la pregunta de el Otro. Esto se debe a que el Otro no puede responder, es incapaz de responder a la pregunta, entonces responde con otra pregunta y se sostiene el interrogante; ¿Qué quiere?
Ahora bien, tenemos a la demanda, al deseo y al querer, y habrá que ver si el sujeto quiere lo que desea. Porque sucederá con mayor predominancia de que el sujeto no sabe lo que desea, ni siquiera sabe desde qué lugar desea lo que desea. Y podremos decir aún más, el Otro no solo decide el mensaje al puntuarlo, también decide si eso fue un mensaje o no, y hasta decide la identidad del emisor. Y si un mensaje me vuelve invertido; ¿mi palabra que es? Mi palabra es siempre una pregunta y por eso Lacan dirá que desde el momento en el que hablamos demandamos. Entonces, retomando la distinción entre demanda, deseo y querer, recordemos que toda demanda es demanda de amor, y que el deseo nos permite ubicar un más allá de la demanda e inscribir un punto de separación del Otro. Pero, ¿a qué alude el querer? Alude a la posición, al posicionamiento del sujeto respecto a su deseo.
Esa pregunta que surge, ¿Qué me quiere? Inquieta, inquieta porque el encuentro con el deseo del Otro siempre es traumático, es ese punto en donde el sujeto siempre está sin recursos. Será ahí donde Lacan ubique, como ya dijimos, a la angustia más originaria, ahí donde coinciden deseo y angustia. Esto es constitutivo.
Entonces lo angustiante del encuentro con el deseo del Otro es el no saber, no saber que soy para el deseo del Otro. Será cuando el sujeto se logre dar una respuesta, y remarquemos el hecho de que esa respuesta “se la da” él mismo, que eso vaya a permitir que la angustia pueda ceder. Y va a ser el fantasma el que va a venir a responder, ubicando al sujeto como objeto, pero bloqueando a la angustia. Tal respuesta puede ser incomoda, desagradable, implicar cierta cuota de sufrimiento, pero ya no va a ser angustiante, ya que permite ubicar, aunque sea fantasmaticamente, el deseo del Otro.
Lacan va a decir que hay una superposición permanente entre la demanda de satisfacción de una necesidad y la demanda de amor, se confunden constantemente, lo que él llamara un achatamiento del grafo del deseo. Pero planteara que entre los dos pisos de la demanda que se ubican en el grafo encontramos algo que respira, que se sustrae, eso que se sustrae será el deseo, deseo que resistirá al pegoteo del grafo.
Ahora bien, volviendo un poco al grafo, el primer efecto que Lacan ubica en el grafo del deseo será el del Ideal, la idealización de la demanda. La primera respuesta será ese sello que nos nombra, el ideal del Otro - I (A)-. Una marca que antecede nuestro nacimiento, que toca el punto del ¿qué soy? Es un significante que funciona solo, que funciona como un emblema, un UNO. Este significante determina y nombra al sujeto, sujeto dividido y ante la pregunta el Ideal es una respuesta que me viene del Otro, soy eso, una alienación primera que constituye el Ideal del yo, una primera respuesta de la estructura, una respuesta significante. El Ideal será el lugar desde el cual el sujeto se perciba amable, es decir, susceptible de ser amado. El Ideal del yo determina al yo ideal, esto es decir que el ideal imaginario - i(a)- queda determinado desde el lugar del Ideal del yo. El yo ideal como lo que viene a ser lo que uno quiere ser, una imagen, pero que requiere de una instancia simbólica que me diga que es o que hace falta, un giro, y ahí es donde entra en juego el Ideal de yo. El Ideal del yo cumple, entonces, una función fundamental en la estructura, nos marca lo que hay que ser para cada quien. La imagen del yo ideal se aprehende desde el Ideal del yo, desde donde uno se ve como digno de ser amado. No obstante, no todas las respuesta son significante, también podemos encontrar respuestas por el lado del objeto tal como sucede en el caso del fantasma.
Lic. Rodrigo B. Ríos
[1]Lacan, J. (1957-58). El Seminario, Libro V: Las formaciones del inconsciente. Buenos Aires: Paidós, 1999. Pág. 389.
[2]Ibíd., Pág. 390
[3]Lacan, J. (1957-58). El Seminario, Libro V: Las formaciones del inconsciente. Buenos Aires: Paidós, 1999. Pág. 367.
[4]Lacan, J. (1960). Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano. En Escritos, Tomo II, ob.cit. Pág. 775
BIBLIOGRAFÍA
Lacan, J. (1957-58). El Seminario, Libro V: Las formaciones del inconsciente. Buenos Aires: Paidós, 1999.
Lacan, J. (1958-59). El Seminario, Libro VI: El deseo y su interpretación. Buenos Aires: Paidós, 2018.
Lacan, J. (1960). Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano. En Escritos, Tomo II, ob.cit.
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