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  • Foto del escritorLic. Rodrigo B. Ríos

UNA MIRADA CLÍNICA DE LOS 4 DISCURSOS (I): EL DISCURSO DEL AMO Y LA "HISTERIZACIÓN" DEL DISCURSO

EL DISCURSO DEL AMO

           Todo discurso se dirige a un otro y desde un lugar, siempre atravesado por una verdad que desconoce. El sujeto no habla en su discurso sino que es hablado por su discurso. Lacan, en el Seminario 17, lo expresará de la siguiente forma:


“Cuando digo empleo del lenguaje, no quiero decir que lo empleamos. Nosotros somos sus empleados.” (Lacan, 1969-70, p. 70)


     En el “Discurso del Amo”, el amo, finge no estar dividido, pero esa es la verdad que queda oculta. Lo vemos ahí en el esquema, abajo a la izquierda. El sujeto está castrado, esa es su verdad, pero velada. La ceguera del amo está determinada por la estructura de su discurso, si él reconociera su castración ya no estaría en ese lugar, el del discurso del amo. El amo no quiere saber nada de la castración, solo quiere que la cosa marche. En cambio -y nos deslizamos a otro discurso- a la histérica le interesa saber y eso es lo que pretende que el otro produzca, un saber. Retomando, en el discurso del amo, el saber queda del lado del esclavo, éste sabe y sabe hacer, y el goce también queda de este lado. ¿Qué queda del lado del amo? El ser, el “yo soy”, “soy el Rey”, “soy el amo”. Lacan lo dirá del siguiente modo:


“El amo (…) ¿tiene acaso ganas de saber? ¿Tiene el deseo de saber? Un verdadero amo (...) no desea saber nada en lo absoluto, lo que desea un verdadero amo es que la cosa marche.” (Lacan, 1969-70, p. 22).



Y luego, páginas más adelante, continúa:


“He aquí lo que constituye la verdadera estructura del discurso del amo. El esclavo sabe muchas cosas, pero lo que sabe más todavía es qué quiere el amo, aunque éste no lo sepa, lo que suele suceder, porque de otro modo no sería un amo. El esclavo lo sabe, y ésta es su función como esclavo. Por eso la cosa funciona.” (Lacan, 1969-70, p. 32)


     Esto es lo que mucha veces se nos manifiesta en la clínica cuando el paciente no se interroga por su padecer, nada de lo que sucede tiene que ver con él o bien toda explicación recae en cuestiones caracterológicas explicitadas al modo del “yo soy así”. Sigamos en ésta línea para introducir lo que el autor, más adelante, nos va a develar, a saber, que el discurso del amo hace imposible la articulación fantasmática, en tanto que el fantasma es la relación del a con la división del sujeto - $ <> a -, y ésta queda elidida dado a que ambos, sujeto y a, quedan en la parte inferior del esquema. No olvidemos que siempre, en cada discurso, hay una disyunción entre la Producción y su Verdad:


“En su punto de partida fundamental, el discurso del amo excluye al fantasma. Esto es precisamente lo que lo hace, en su fundamento, completamente ciego.” (Lacan, 1969-70, p. 114)

          

Ahora bien, en un determinado momento el saber puede quedar ubicado del lado del amo, y el saber va a mandar. Un saber ubicado como “todo saber”, un saber totalizante”, enciclopédico. Ya estamos hablando del Discurso Universitario y, en dicho discurso, se manda desde el saber, se impotentiza al otro (a), y lo que se produce es un síntoma ($).

     La verdad enmascarada es el orden, el imperativo “tener que saber, que saber más”. Saber que comanda el poder, la tiranía del saber, saber que se postula como un “todo saber”, un saber sin sujeto.


     Esto lo vemos en la clínica cuando el analista se ubica en el lugar del mentor, oráculo, poniendo en primer lugar su saber e introduciendo una batería de explicaciones y conceptualizaciones sobre el padecer del paciente. Pero nada más pernicioso para la clínica que el analista situado en tal posición. Éste saber deja al otro en lugar de objeto, de resto (a), y el saber en lugar de mando no produce saber, produce síntoma, un sujeto barrado, desidentificado, desconectado de su insignia, de su S1.


LA "HISTERIZACIÓN" DEL DISCURSO


           En éste punto, cabe preguntarnos; ¿Qué es lo que, en el mejor de los casos, introduce un analista? Introduce una “histerización” del discurso:


“Lo que el analista instituye como experiencia analítica, puede decirse simplemente, es la histerización del discurso. Dicho de otra manera, es la introducción estructural, mediante condiciones artificiales, del discurso de la histérica, el que se indica aquí con la H mayúscula.” (Lacan, 1969-70, p. 33)


     ¿Qué quiere decir esto? Que el analizante, primeramente ubicado desde el discurso del Amo, se pueda ubicar desde el discurso de la Histérica, un sujeto que habla desde su división, desde un no saber, y sitúa al otro en el lugar del saber. Luciano Lutereau, en su libro “La verdad del amo. Una lectura clínica del Seminario 17 de Jacques Lacan”, lo expresa de la siguiente forma:


“La subversión analítica consistiría en poner de manifiesto la verdad que el amo oculta. En primer lugar, la división del sujeto, luego, su condición de goce. Para ello, la verdad del amo necesita, como pasaje insoslayable, la histerización del discurso” (p. 15)


    Tal como lo vemos en el esquema, un sujeto ($) que se dirige a otro (S1) para que éste produzca un saber (S2).


      En el discurso de la histérica el sujeto queda ubicado como alguien que no sabe, se escucha en la clínica; “no sé qué me pasa, ni por qué me pasa”. Es el único de los discursos que produce saber, pero entra en disyunción con el objeto de la causa de su deseo, el a. Pero, ¿Qué es lo que se trata de saber? En el agente, arriba a la izquierda del esquema, nos encontramos con el $, con el puro “bla bla”, velando lo que realmente le importa, lo que realmente está en juego, que es que en realidad habla desde el a, el objeto que lo causa. Lo único que verdaderamente importa es ¿en qué objeto me convierto para el otro?, ¿qué objeto precioso?, y esto Lacan lo va a expresar del siguiente modo:


“(…) ¿qué es lo que se trata de saber? Qué valor tiene esa misma persona que habla. Puesto que, en tanto objeto a, ella es la caída, la caída del efecto de discurso, siempre fracturado en algún sitio. (…) Lo que la histérica quiere, en el límite, que se sepa, es que el lenguaje no alcanza a dar la amplitud de lo que ella, como mujer, puede desplegar respecto al goce. Pero lo que le importa a la histérica no es esto. Lo que le importa, es que el otro que se llama hombre sepa en qué objeto precioso se convierte ella en ese contexto del discurso”. (Lacan, 1969-70, p. 35)


      Es decir, todo sujeto se constituye en caída, objeto caído, y la cuestión del sujeto es pasar de objeto caído a objeto causa para el otro. Lo importante no es el material que trae sino desde donde lo trae (“a”). El discurso de la histérica:


“Tiene el mérito de mantener en la institución discursiva la pregunta por lo que constituye la relación sexual, a saber, cómo un sujeto puede sostenerla o, por el contrario, no puede sostenerla. (…) En efecto, la respuesta a la pregunta por saber cómo puede sostenerla es la siguiente – dándole la palabra al Otro y precisamente como lugar del saber reprimido. (…) Lo interesante es esta verdad, que lo que constituye el saber sexual se da como algo enteramente extraño al sujeto.” (Lacan, 1969-70, p. 98)


           Muchas veces vemos en la clínica cómo el sujeto histérico necesita localizar algo de la inconsistencia del otro. ¿De dónde surge ésta necesidad? Lo hace para poder alojarse, para tener donde entrar, poder aspirar a ser lo que le falta al otro, alojarse como objeto y no como sujeto. Asimismo, impotentizar al otro lo sostiene como potente, justamente porque su impotentización sería debida a una contingencia y no a una característica de estructura.




Lic. Rodrigo B. Ríos



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